Lucilio, ahora que
escribes poemas, recuerda estos preceptos que te ayudarán a ser digno y
coherente con tus principios y en tu vida. Porque no es muy poético que digamos
el mundo de la poesía y está llenos de crueles trampas, de las cuales, muchas,
si no estás avisado, tú mismo te tenderás a ti mismo.
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Jamás
digas que eres escritor ni presumas de tus versos. La mala calidad literaria,
es directamente proporcional a lo bien que el autor habla de su propia obra.
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Aprende
a escuchar los silencios y a obviar las palabras. El mediocre, debes saberlo,
buen Lucilio, jamás callará mientras un solo oído quede en el auditorio, aunque
no tenga nada que decir ni los demás, nada que escuchar.
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No
quieras escribirlo todo ni quieras leerlo todo a todos. La palabra todo es
demasiado grande para caber en el talento y sólo el joven mal informado y el
mediocre, se visten de ella; el primero movido por la inexperiencia y el ansia
creativa, y el segundo por un extraño complejo de inferioridad disfrazado de
grandilocuencia.
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Folla
para escribir, nunca escribas para follar. Lo segundo es patético y nunca
funciona. No puedes ni imaginarte, Lucilio, a cuántos ilustres escritores, esta
actitud ha condenado al onanismo.
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Olvida
enamorar a alguien con tus versos. El amor es para el que lo conquista, no para
el que sueña conquistarlo.
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No
mendigues piedad ni caricias con tus versos. El pan duro que recibe el mendigo,
rara vez alimenta el alma.
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Si
te presentas a una chica que quieres sea tu amada, jamás, bajo ningún concepto,
digas que eres poeta. Tus probabilidades de enamorarla caerán en picado,
aumentando en demasía las de convertirte en su nuevo pagafantas.
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No
alargues tus lecturas más de cuarenta y cinco minutos, e intenta por todos los
medios, hacerlas cercanas y amenas, así no correrás el peligro de convertirte
en el puto poeta de los cojones que con pedantería, jode la vida al respetable.
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En
la medida de lo posible, no des explicaciones sobre tus poemas. Si desnudamos al
poema de su misterio, ¿qué le quedará de su poesía?
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No
des demasiadas lecturas ni te pongas de moda, ni pongas de moda alguno de tus
poemas. Las modas pasan y la gente, por inercia, convierte lo que antes era
genial, en basura. La poesía, Lucilio, no debe convertirse nunca en un producto
de usar y tirar.
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Recuerda
también, Lucilio, que pretender vivir de la poesía es como intentar pescar en
una piscina pública: conseguirás irritar a algunos bañistas, pero los peces no
se multiplicarán en tu mesa.
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Así
mismo, procura no repetir demasiado a las mismas personas, los mismos poemas.
Es preferible hacerse de rogar, a ser oído con displicencia. Al igual que la
canción que nos fascina durante un tiempo y que escuchamos cientos de veces,
antes de cansarnos de ella, los poemas también se desgastan y lo que antes
producía placer y sorpresa, termina por causarnos un profundo e irritante
hastío.
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Ser
uno mismo es lo primordial, así que de lo que veas o leas, intenta no copiar
nada, sólo retener y tomar tus propias conclusiones. Tener ídolos no ayuda a
esto. Te aconsejo, Lucilio, quemar a todos tus becerros de oro. Y qué mejor
manera que conocer la vida de quienes admiras para desmitificarlos.
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Sobre
dar consejos, sé que no soy el más indicado para decírtelo, pero intenta dar
pocos y bien escogidos. El exceso de información, convierte la genialidad en
baratija.
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No
intentes jamás ir de sabio por la vida. Te saldrán al paso otros más sabios que
tú, refutándo desde una vergonzosa ignorancia, tus argumentos. Evita esa vergüenza
ajena y discutir con tales individuos, pues en estas lides, corres el riesgo de
que los que observan, no sepan distinguir cuál de los dos es el imbécil.
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De
cada cien libros que leas, guarda sólo tres en tus estanterías. De cada cien
personas que conozcas en este mundillo, guarda sólo una en el lugar reservado a
la amistad.
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Sé
sincero en la crítica con el mal poema del amigo, y cruel en la crítica al mal
poema del enemigo. Con el tiempo, ambos te lo agradecerán.
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No
comercies con las ilusiones de otro. Quien no tiene talento, no tiene talento y
punto. Con la mentira no comprarás amor ni amistad sinceros. Siempre es más
conveniente tener buenos enemigos, a tener amigos y amantes comprados.
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No
busques jamás la complacencia de los artistas consagrados, Lucilio, a no ser
que te guste que te enculen con el ego y la pedantería como lubricantes.
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Si
el chiste es bueno, ríete del chiste. Si el chiste es malo, ríete de quien lo
cuenta.
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Si
el poema es bueno, aplaude el poema. Si el poema es malo, ríete de quien lo
lee.
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Contra
la hipocresía, utiliza siempre la ironía. La irritación produce úlceras
terribles.
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Nunca
subestimes a nadie por su juventud. Rimbaud, con sólo dieciséis años, plantó la
semilla de toda la poesía actual.
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Desconfía
de cualquier escritor mayor que tú, que te diga que tienes mucho que aprender.
Todos tenemos siempre mucho que aprender, Lucilio, independientemente de la
edad que tengamos, y estas evidencias sólo anuncian la ignorancia del que
pretende enseñar algo.
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Desconfía
de los premios literarios. Casi nunca lo ganan los mejores, sino los más
convenientes, algo que se hace más patente cuando la importancia del galardón
es mayor.
- Huye
del halago y escucha abiertamente las críticas. El primero no te aportará
absolutamente nada, y las segundas te mostrarán, si sabes cribarlas bien, los
defectos que puedes pulir en tus escritos.
- No
leas a Machado sólo porque te aconsejen leer a Machado. Ante una recomendación
tan tópica, es lícito al menos sospechar que el que te lo recomienda ni siquiera
ha leído a Machado.
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Lee
mucho, incluso a buenos escritores. Hasta de los genios puede aprenderse algo.
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Llama
siempre a las cosas por su nombre, aunque para ello tengas que usar otras
palabras ajenas.
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Sonríe,
sonríe siempre, Lucilio, incluso a los que no te caen bien. Guarda tus vómitos
para la intimidad. Créeme, tarde o temprano, ellos entenderán tu sonrisa.
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Ríete
de quienes se lo merezcan y respeta a quien se gane tu respeto. El mediocre,
hasta en la risa verá un halago, por lo que es lícito mofarse, ya que no se
hace daño a nadie.
- Di
siempre la verdad, toda la verdad, aunque para ello tengas que usar mil
mentiras.
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Y
recuerda sobre todo esto, Lucilio, no escuches consejos de nadie, ni siquiera
míos. El maestro siempre querrá que escribas y seas como él, porque todo ser
intenta proyectarse a sí mismo en la existencia. Así serás tú mismo siempre y
no parte de la infinita consecución de proyecciones en la que se ha convertido
la poesía.
Estas cosas te sugiero
desde mi humilde conocimiento. Espero, Lucilio, que te ayuden a ser mejor
persona y a navegar por el mundo literario, sin naufragar en las numerosas
islas que habitan los mediocres. Que tu odisea, buen Lucilio, sea siempre, en
la medida de lo posible, propicia, y que, incluso en la adversidad, mis palabras
sirvan para dibujar en tu rostro una sonrisa y en tus ojos una luz de
esperanza.
Buen viaje, joven
amigo.
Daniel Salguero Díaz
Huelva,
a 16 de septiembre de 2011